jueves, 14 de octubre de 2010

Un año fantasma.

Recuerdo aquellas mañanas de sol en las que me levantaba con ánimos, alegría, encendía la radio y cantaba al ritmo de la primera canción que sonara.
Recuerdo que esa canción, aunque fuera una de mis odiadas, era la que me acompañaba después durante el resto del día.
Recuerdo sentirme llena de ilusión, con ganas de empaparme bajo la lluvia mientras llevaba el paraguas cerrado a mi lado en medio de un diluvio torrencial. Recuerdo cómo reía para mis adentros cada vez que todo el mundo caminaba en la misma dirección y yo iba en sentido opuesto.
Recuerdo aquellos días en los que el sueño podía conmigo en mitad de una clase de historia, cuando de repente un tigre en sueños se abalanzaba sobre mí, y daba un pequeño grito en medio de una clase inmersa en la Guerra Civil. Recuerdo las miradas divertidas, otras de extrañeza y sobre todo recuerdo el calor que aparecía en mis mejillas y que iba en aumento cada vez que alguien me lo mencionaba.

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Recuerdo mis tirantes rosas en aquella clase gris cubierta de chaquetas, el típico: ¿pero no tienes frío? y mis manos congeladas en contraste con mi cuerpo ardiente.
Recuerdo el calor que sentía por las mañanas después de dormir bajo cinco mantas durante toda la noche; ese calorcito que me tentaba a quedarme en la cama una hora más.
Recuerdo... Recuerdo tantas cosas...
Ahora es diferente.
Simplemente, no hay tiempo para disfutar, ni para reparar siquiera en los pequeños detalles, esos pequeños detalles que recuerdas cuando acaba el verano y te da una visión más optimista del otoño que comienza.
Ahora si pierdes un segundo, pierdes una tarde, un fin de semana, un mes, un año.
Es cuestión de concentración constante.
De agotamiento después.
Del agobio y el malestar que no te abandonan cuando por fin decides rendirte y salir a la calle.
El viento helado en tus mejillas contrasta con el empaquetamiento de tu cabeza, y te produce una sensación extraña.
Y justo en ese momento, en el que cierras los ojos para no desplomarte sobre el suelo, se escucha: la frase más simple, la más tonta, la más despistada, la más ingenua.
La que te salva del abismo, y te devuelve por una milésima de segundo de nuevo a la vida.
Vuelven las risas, la energía, la ilusión, las ganas de cantar, las de bailar bajo la lluvia, y hasta la semana siguiente, cuando ese momento se vuelva a repetir, volverás a estar muerta, sumida en un mundo que es tuyo pero que no lo es, pero al menos, sabes que volverás.
Y cinco minutos de vida son mejores que todos los años del mundo en muerte.




4 comentarios:

  1. Me gusta como escribes, y la última frase es preciosa!
    sigue así, un beso:)

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  2. waw me encanta como escribes,te siigo y asi te leo mas amenudo :)
    Un besoo (K)

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  3. Muchísimas gracias de verdad :D
    Estoy empezando, y bueno, la verdad es que no estaba muy convencida de que funcionara, me habeis alegrado la tarde, de verdad :)
    Gracias :)

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Sueños por cumplir